Charlie Brooker es un genio. Y Black Mirror son las tres horas de entretenimiento audiovisual más inteligentes, cáusticos y contemporáneos en mucho tiempo. Tres episodios televisivos autoconclusivos, brillantes en la forma y profundos en el fondo. Pero Black Mirror no será del gusto de todo el mundo. Porque lo que escupe desde las vísceras no agradará a gran parte de la sociedad.
"Black Mirror" como su nombre indica es el espejo "levemente distorsionado" en el que todos deberíamos mirarnos. Un espejo de nuestra sociedad actual que va abocada a la autodestrucción, el esclavismo autoimpuesto, la dependencia de la tecnología y sobre todo la deshumanización del individuo convertido en mero pelele de unos poderes fácticos y ocultos, donde la intimidad a desaparecido por completo.
Como no quiero estropear la experiencia al espectador que no ha tenido la suerte de paladear tamaña obra maestra de visionado obligado para toda persona que se precie de serlo, no contaré nada o casi nada de lo que podrá encontrarse con tres capítulos que te harán sufrir, revolverte en el asiento, pero que sobre todo te harán pensar y no te dejarán indiferentes.
De los tres episodios me quedo sobre todo con el segundo de ellos, curioso ya que es el que menos ha gustado en general, siendo los tres excepcionales. En él nos encontramos con una distopía de un futuro terroríficamente cercano que haría las delicias de Aldous Huxley y que deja al último intento de Andrew Niccol, In Time, a la altura del betún, ya que ambas obras tienen muchos puntos en común. Un capítulo repleto de ideas y conceptos sorprendentes, sobre todo lúcidos en la manera de visionar o criticar el mundo al que estamos abocados, repletos de mundos virtuales, cero comunicación real entre las personas y sobre todo unos medios feroces que a través de sus realitys de supuestos "talentos" consiguen destrozar las ilusiones y las almas de las pocas almas puras que quedan en el mundo.
El siguiente episodio en mi lista de preferencias (siendo los tres absolutamente excepcionales), es el tercero de ellos. Un mundo donde los recuerdos son grabados en tus discos duros implantados en tu cerebro y a los que puedes acceder tantas veces como quieras en pristina alta definición tanto en tus propios globos oculares como a la vista de todos tus allegados que servirá para narrar una historia de celos con inimaginables consecuencias.
Y llegamos al peor/mejor de la trilogía de episodios de esta corta primera temporada, "The National Anthem", el primero de ellos. Quizá el capítulo con el punto de partida más retorcido, polémico y rocambolesco de los tres y del que más se ha hablado. Una ficticia princesa de Inglaterra (un trasunto de Lady Di pero con la edad de una Hanna Montana) es secuestrada. El secuestrador, a través de la princesa da un ultimatum al primer ministro británico: Matará a la princesa a las 16.00 horas si este no se folla en directo y ante la mirada del mundo entero a un cerdo. Tan chocante premisa le sirve a Brooker para mostrarnos un mundo donde los presidentes o primeros ministros de los gobiernos son meros peleles de las altas esferas, que las redes sociales y las nuevas autopistas de la información se han convertido en terroríficas hidras de mil cabezas difícilmente controlables y que sobre todo las ansias de un público deseoso de carnaza es ilimitado. Pocas veces se nos ha retratado de manera tan feroz.
Pero no solo en este episodio, sino en los tres. Es como si Brooker se hubiera metido en nuestras entrañas y hubiera escarbado sacando lo peor y más mezquino. Lo terrorífico es que tampoco ha tenido que profundizar mucho y que lo borda en esta sátira social tan inteligente que asusta. Lo malo de todo esto, que como los protagonistas del segundo capítulo, me ha dejado tan enganchado a su serie que necesito mi dosis semanal de autoflagelación. Y habrá que esperar un año a que la continúe. ¡¡Y yo necesito más!!
me apetece verla! :)
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