Al fin he leído uno de los cómics del año, el regreso de Charles Burns tras más de cinco años, desde que publicara uno de los mejores cómics de la historia del medio, el siniestro e inclasificable "Agujero Negro".
En esta ocasión, el maestro Burns vuelve a demostrar sus dotes de narrador gráfico (es el maestro del primer plano y el plano detalle) en su primera incursión con el color, en un álbum de unas 54 páginas, que solo es el primer capítulo de una novela gráfica en tres partes, donde Burns homenajea estética y narrativamente a Hergé y su Tintín, del que su protagonista es un remedo pasado por el tamiz sórdido marca de la casa Burns.
La historia, imposible de explicar en unas breves líneas, mezcla de manera excepcional su imaginario propio (el dolor de la adolescencia, los cambios hormonales de la edad que en su universo provoca mutaciones, el miedo a las enfermedades y las infecciones) con la obra de Buroughs, sobre todo su "Almuerzo Desnudo", en una historia que se desarrolla en dos mundos completamente diferentes pero complementarios, donde cada uno de ellos es reflejado con dos estilos gráficos distintivos.
Por supuesto, Burns consigue nuevamente revolverte en tu butaca, con un mundo en el que lo cotidiano se convierte en extraño y donde todo individuo se encuentra aislado aunque esté rodeado de personas, las cuales esconden su verdadero rostro tras una fachada de normalidad escalofriante.
Bondage, voyeurismo, heridas auto-inflingidas capturadas por por Polaroids, mujeres bellas pero siniestras, un perdedor como protagonista, relaciones personales frías y abocadas al fracaso, fetos de cerdo, lagartos humanizados y un sinfín de excentricidades que harán las delicias de todos aquellos que nos hemos dejado seducir por el extraño mundo de Charles Burns, el David Lynch de la industria del cómic. Uno de los imprescindibles del año. Espero que el segundo volumen no tarde en publicarse.
Las butacas para el cine
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